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El “Estado Amigo” y el Control Comunitario

SAM_3261Durante los últimos días hemos visto con estupor cómo tanto desde una alcaldía de la Concertación (Santiago, con Carolina Tohá) como de la Alianza (La Florida, con Rodolfo Carter)  han reprimido dos instancias educativo/formativas de Control Comunitario, en ambos casos han terminando con el desalojo y con el fin de los respectivos proyectos. Si bien, ambas experiencias tenían un distinto grado de desarrollo (la Escuela Comunitaria República Dominicana llevaba casi un año funcionando mientras RecuperAcción llevaba tan solo una semana), no es coincidencia el momento y la instancia en el que ambos proyectos fueron derrumbados y acabados por la fuerza.
Todo esto ocurre justo cuando se dan las elecciones presidenciales y surge con ellas, la idea discursiva de que ahora fuerzas más progresivas tomarán control del Estado, y que desde ahí podrán movilizar centralizadamente el cambio social. En otras palabras, el resultado de las presentes elecciones refuerza la idea del “Estado Amigo”, del Estado de Compromiso que en vez de oponerse a las masas populares, busca mostrarse como una especie de aliado en sus luchas y demandas.
De este modo, si relacionamos el hecho del desalojo y su entorno, su relación con la coyuntura electoral es que podemos entender con mayor sentido el por qué de la arremetida represiva. Ambos hechos: represión y triunfo de los sectores reformistas corresponden a una sola estrategia inmunitaria del Estado para preservarse, y de paso preservar -aunque de forma más blanda pero no menos efectiva- sus formas de dominación y de preservación del poder.
Presentarse como “aliado” y acabar con las instancias que amenazan su discurso de legitimidad son las dos caras de una misma moneda en donde el Estado se ve realmente amenazado frente al Control Comunitario y formas horizontales -y no mediadas- de organización. Ante la amenaza de que el pueblo tome consciencia de que puede organizarse autónomamente y sin la necesidad de un ente superior, es que éste actúa protegiéndose (reprimiendo las iniciativas que lo amenazan) y volviéndose más cooptativo, más amable, gestionando la “ayuda” desde su centro.
La conclusión en este sentido es simple: el Control Comunitario, frente a la represión, no muestra su fracaso sino su total éxito en la medida que se vuelve amenaza latente y patente para el Estado: su discurso tiembla y demuestra no ser una institución necesaria para el mejoramiento de las condiciones de los seres humanos, sino más bien un obstáculo.  De ahí, que no le quede más que reprimir, que acabar forzadamente lo que de forma natural solo puede progresar y extender su ejemplo por el territorio. De ahí, que no le quede más que doblegarse, mostrarse amable, y ofrecer bienestar a cambio de libertad.
Y aunque sea difícil ser optimista en escenarios como este, creo que todo lo anterior muestra que el momento en que estamos situados es clave, puesto que al Estado y a la clase dominante no le ha quedado más que ceder en parte su posición para preservarse. Ha tomado una posición defensiva, sumamente defensiva. Y quizás eso signifique que por fin estamos tomando nosotros la ofensiva.

J.H

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«Al Monte» (Estado como asociación ilícita 2)

«La organización estatal, siendo la fuerza con la cual las minorías recurrieron para el establecimiento y la organización de su poder sobre las masas, no puede por lo mismo ser la fuerza que nos pueda servir para destruir dichos privilegios»

(Piotr Kropotkin)

Como había esbozado en el texto anterior, dentro del ámbito de la historiografía chilena no hay una reflexión ni crítica ni profunda respecto al Estado, y más bien se le tiende a normalizar en un discurso completamente acrítico y naturalizado. Sin embargo, dicha normalización puede ser puesta en duda principalmente cuando analizamos la expansión y los procesos de legitimación que el mismo Estado debe realizar para validarse, y para ejercer el dominio sobre su territorio.

Por mucho tiempo estuve interesado en las montañas y en la cordillera chileno-argentina en el siglo XIX, y junto con un gran amigo y colega (Martín Bowen), logramos esbozar ciertas ideas respecto a este llamativo territorio. Pero ¿qué era lo tan apasionante de la cordillera, de las montañas en dicha época? La respuesta, sin duda es que, dentro de los pliegues y los recónditos parajes de los cerros, los sujetos podían efectivamente huir del Estado, ser libres, vivir “al monte”[i].

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